sábado, febrero 11, 2012

La melodía no se oculta. Se aferra a mis oídos y, como un clavo, me desgarra la palma de la mano. Una palabra convertida en toda canción alguna vez entonada, en ojos cerrados, en sonrisas distantes en precipitación mutua.
La uña de la noche se me hunde en la carne, dulce y atroz; es el arrullo que burla la helada, una caricia extraviada que, a ciegas, busca el rincón escondido de la mirada del frío sol de la mañana.
El viento revive la tonada, la eleva sin separarla de la tierra. Cuántos cariños recorren esas venas agudas que arden en acordes largos y siempre esperanzados. La melodía no se oculta, no; grita, solloza, se apaga destrozada, se ahoga en silencios. Muere a plena vista, hundida en sus heridas, nadando boca abajo entre las sales, ciegas y torpes, de nuestras propias raíces envenenadas...