jueves, agosto 05, 2010

Su morada era tierna y recordaba al rocío; nadie había conocido que realmente hubiera contemplado los valles que albergaba. Aún así el frío resplandeciente de su voz alcanzaba rincones todavía inexplorados y habitados tan solo por hombres de semblante arcáico y un tanto soñoliento que parecían figuras tenebrosas y a la vez irrisorias salidas de un tosco melodrama escrito presuroso por algún puño claramente cansado y falto de esperanzas.

En esta vastedad desconocida, su ojo en simetría se perdía, mas en sueño que en viaje, alimentando de oro los bellos figurines sin nombre, sin palabras, rotos algunos, adornados los otros, que cubrían en silencio los muros desgastados de uñas y de plumas. Poetiza encarnizada de la vida, husmeaba divulgando su saber sonriente y desmedido, bebido con paciencia inquebrantable y quieta de odres endulzados con amores muertos y en sus dientes sepultados, rellenos de caricias de viento y suspiro, tostados en los hornos infinitos de los días de sol honrado que ahora daban la impresión de querer escabullirse con burlas dibujadas en los labios ya mas bien nocturnos y ya siempre helados.

La mañana todavía le daba casa. Húmeda y carente de sabor. Todavía la piel ardía con delicia asquerosa bajo el roce de la brisa polvorienta, refrescante y ciega, que la amaba igual que a todos pero que guardaba para ella, su amante predilecta, los más cálidos besos, las más dulces ternuras, los más viejos abrazos de afilado cariño.

Sus silencios, no obstante, eran (ella bien lo sabía) la joya verdadera de su inmenso saber. Los guardaba feroz en su melancolía risueña, escondiendo entre acordes más bien desafinados los dones infinitos y mustios: casi un coro de niños ocultando la llave de la iluminación.

En su tierna morada se le encuentra algunas veces entonando oraciones en rimas discordantes a cualquiera cercano. Pero es bien sabido, entre algunos viajeros de camino extraviado clavado a los zapatos, que aquellos que se acercan solemnes y con oídos prestos a descifrar los cánticos cargados tan dulcemente de su casi sagrado conocer, regala una mirada colmada de pasiones, de paz, de adoraciones y hermosa les ofrenda durante días enteros benditas horas largas de preciosos silencios gritados a los cielos y a cualquiera que tenga el valor de escuchar...