martes, enero 31, 2012

Largo tiempo ya había permanecido de pie, en silencio, con la mirada clavada en el polvoso parche de suelo visible entre sus dos pies. A su alrededor una pequeña y caótica multitud de variados objetos se extendía indecifrablemente hacia las sombras bajas proyectadas por los ruinosos muebles que decoraban la habitación. El tiempo se había convertido en señor de este salón hacía ya mucho y le había abandonado a las crueldades de sus súbditos con la misma indiferencia que tantos le han reprochado.

Tras dudarlo un momento, comenzó a recorrer con calma el lugar, empujando con la punta del zapato, de vez en vez, algún extraño cacharro largamente abandonado. Sus pisadas crujían casi estridentes sobre la capa de delicado silencio que cubría el piso, giretas se formaron en el polvo y expulsaron pequeñas y violentas bocanadas de pasado que, poco a poco, se posaron de nuevo en la penumbra.

Su mirada lo estudiaba todo. En cada uno de los rincones parcecía esconderse un eco de una risa, o la memoria de una sombra; el mobiliario apolillado se estremecía con la promesa de un nuevo roce que le hiciera revelar las viejas historias, los secretos ya olvidados. La puerta permanecía cerrada.

Bajo la ocre luz que alcnazaba a filtrarse por una alta y estrecha ventana (unica comunicación con el exterior), revisó una delicada pila de documentos, pasándo los ojos por las hojas con una calma completamente contrastante con la ávida expresión del rostro, que era el de un hombre desesperado por comprender, pero que se toma todo el tiempo necesario para no caer presa de uno de los crueles engaños de la mente cuanto se desea una respuesta con fuerzas inucitadas.

Horas debe de haber pasado en su examen del anciano cuarto. Los papeles atrapados en los cajones oxidados, los pequeños alajeros revueltos y repletos de baratijas lodosas, los tomos de hojas fundidas en un único bloque de polvo y pulpa podrida. Cada centímetro que le parciera sospechoso de relatarle la historia de la estancia abandonada, de sus viejos habitantes, hacía tanto ausentes, era observado y palpado e interrogado de mil maneras para poderse hacer una idea, lo más clara posible, de lo que en el pasado había tenido lugar.

El tacto de una llave y el repentino destello de un aroma le dieron de un tirón la respuesta que buscaba. En aquel pequeño estante, como un diablo agazapado, le esperaba un frasco de fragancia refrescante que aun conservaba su contenido de un color ambarino. La historia de este hallazgo era la historia de una mujer ya desaparecida, la historia de un amor desesperado y cruel, la historia de un dolor profundamente encarnado en el pecho y en las articulaciones. Cada uno de los misterios a su alrededor fueron cobrando sentido, cada mirada revelaba el viejo recuerdo escondido en los objetos desperdigados: los pendientes dispares, los collares enredados, los bolígrafos secos, las cartas devueltas.

Poco a poco fue recobrando su mente los detalles de la espantosa historia que le ataba a tan horripilante recámara, la de la puerta cerrada, la que ya nunca era abierta. Poco a poco fue recordando el espanto que, hacía tanto tiempo, le había dejado encadenado igual que un faraón encerrado en su tumba...