martes, junio 08, 2010

Otra vez me estoy comiendo tu hígado. Sin cubiertos. Sin utilizar las manos. Con los labios pegados a tu costado imagino tu dulce mueca al rendirte a mi hepático apetito. Dentro de ti, el fuego te cocina por si mismo. Fuera de ti, una penumbra discreta me acaricia la boca.
¿Cuánto tiempo podrás permanecer en esa quietud mientras me harto contigo? Los brazos como piedra a uno y otro lado, las piernas pesadas pero temblorosas, la boca entreabierta, murmurando plegarias profanas que no llegan a mis oídos.
Tu sol crece a veces, como aquellos días viejos que se estremecían con cierto desamparo cuando los atrapabas entre los dedos, tan dulce; así te recuerdo de noche todavía.
Pienso en los días en que paseas a media tarde, en tus pasos calmados sobre hierba, el vaivén de tus dientes, tus manos desesperadas a un costado tuyo, ansiosas, queriendo arrancar la piel, sacarte las entrañas, llevarlas a la boca.
Luego te consuelo y otra vez, como si fuera una semilla de granada, me estoy comiendo tu hígado...

No hay comentarios:

Publicar un comentario