domingo, julio 25, 2010

En realidad no había quedado ruina alguna. No había piedra ni palabra ni eco. No habría manera de saber que había ocurrido alguna vez. Parecería, entonces y siempre, uno de esos sueños efímeros y crueles olvidados por completo antes de despertar enteramente. Alguno lo condenó a la desaparición. Un hecho sin evidencia, sin sangre manchando la sábana, sin mordisco furioso de deseo (deseo de cuerpo, de tiempo, de pensar; un mordisco hambriento por ser devorado). La habitación encerraba los restos mortuorios de un ejército de réplicas de hielo, la orden desde el polo dada de marchar contra un tirano sol de fuego, de combatir hasta la extinción el cruento amanecer, hasta fundirse más allá de todo alcance de la memoria. Un beso que se dio, ya muerto, oculto entre los pliegues de una manta y su sombra: de cualquier manera nunca habría sido parte la una de la otra, cómo nunca podría, la una de la otra, no ser inseparable...

No hay comentarios:

Publicar un comentario